Al igual que en el resto del orbe, en lo alto de los campanarios de Castalla, donde el viento acaricia la montaña y el sonido del bronce se convierte en oración, vive una vocación discreta pero poderosa: la de los campaneros. Hombres y mujeres que, desde lo alto de nuestro templo parroquial, del convento y de la ermita, habitan un espacio sagrado entre el cielo y la tierra. No siempre los vemos, pero siempre los oímos. Su presencia no se manifiesta con palabras, sino con sonidos que atraviesan los siglos y tocan el alma castallense.
Su arte no se aprende solo con las manos, sino con el alma. No se mide únicamente en partituras, sino en momentos llenos de significado. Porque tocar las campanas de Castalla no es solo hacerlas sonar: es hacer hablar al cielo sobre la Foia, es convertir el bronce en oración, en memoria viva, en esperanza que se alza con cada toque, volteo o repique. Es una liturgia del tiempo que marca el pulso del pueblo, que despierta la memoria antigua de una comunidad que ama, cree y espera.
Con su entrega altruista, los campaneros y campaneras son mucho más que servidores de la iglesia y del pueblo: son mensajeros de lo sagrado, guardianes de la tradición, centinelas del alma del pueblo. Con cada volteo y cada toque anuncian vida y muerte, fiesta y duelo, alegría y oración. Con cada campanada convocan a Castalla a mirar hacia arriba, a escuchar la llamada interior que resuena entre las piedras del campanario, las del castillo y los valles que nos rodean en toda la Foia.
Pero su labor va más allá de lo religioso. Los campaneros también mantienen viva una función civil, heredada de un tiempo en que la campana era también voz de alerta colectiva. Avisan de incendios, de tormentas, de peligros inminentes, de catástrofes. Hacen sonar el bronce como grito de unión, como señal de comunidad viva en peligro, como chispa de esperanza cuando todo tambalea. Con la misma entrega con que llaman a actos religiosos, alertan también en nombre del bien común, manteniendo viva una tradición arraigada en el servicio, en la fidelidad al pueblo, a la tierra y a la gente de Castalla.
No todo el mundo puede ocupar su lugar. Hace falta entrega, humildad, paciencia y, sobre todo, una fe sencilla pero profunda, como la que habita en nuestras casas y calles de Castalla. Porque quien toca las campanas desde la fe no busca protagonismo, sino comunión y servicio. Sabe que en el sonido antiguo y firme del bronce se filtran las oraciones del pueblo: oraciones que no siempre se dicen con palabras, pero que brotan de los corazones que viven, que ríen, que lloran, que esperan, que aman, que celebran.
El campanero es al mismo tiempo poeta y obrero de lo sagrado, músico y pastor de silencios y sonidos. Domina el arte de interpretar el tiempo y transformarlo en señal. Conoce los toques, los ritmos, los mensajes que no necesitan voz y que hablan directamente al alma. Es fiel al ritual, pero vive con libertad; está solo en el campanario, pero resuena en todos nosotros.
Y así, desde lo más alto de nuestros campanarios, suena una música que es y no es de este mundo. Una música que atraviesa las nubes y desciende hasta los rincones más escondidos del pueblo, desde las montañas hasta los llanos, desde la plaza Mayor hasta el castillo. Una música que no busca escenarios, sino corazones. Los campaneros y campaneras se convierten en poetas del tiempo de Dios, humildes artesanos de un lenguaje antiguo, que como desde hace muchos siglos, aún hoy nos congrega, nos emociona, nos recuerda quiénes somos y hacia dónde caminamos.
-– Que nunca falten las campanas que nos llamen y nos reúnan como pueblo, aquí, en Castalla.
-– Que nunca falten los corazones que, como los de nuestros campaneros y campaneras, toquen con fe para hacer hablar al cielo y unirse a la tierra de toda la Foia.
-– Que nunca nos falten quienes, más allá de divisiones, rencores y diferencias, con mirada limpia y manos abiertas, trabajen por el reencuentro sincero del pueblo. Hombres y mujeres que, sin buscar protagonismo ni reconocimientos, cultiven la paz, el diálogo y la esperanza. Que abracen la diversidad como una riqueza y no como una barrera.
-– Que nunca nos falten los que sueñan una Castalla unida, donde cada paso sea un gesto de cariño, donde cada voz encuentre espacio para ser escuchada, y donde las diferencias hallen en la fraternidad un camino para convivir.
--- Que nunca nos falten nuevas generaciones, que con ilusión y entusiasmo, mantengan y trasladen a sus sucesores el maravilloso legado recibido de generaciones y generaciones de antepasados nuestros: en la ermita (antigua parroquia) desde el siglo XIII, en el temlpo parroquial y convento viejo desde el XVI y en el convento nuevo desde el XVIII
---Porque así como los campaneros hacen hablar al cielo desde el corazón del bronce, que también haya quienes hagan hablar a la tierra desde el corazón del pueblo de castallense.
-– Que cada repique, cada volteo, cada toque sirva para que Castalla, en comunión y en paz, como vecinos y hermanos, nunca deje de caminar unida hacia Dios, Padre de todos, que nos espera con los brazos abiertos; al igual que en el resto del orbe.